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No quisieron cerrar las escuelas, luego se quedaron sin personal


Lizzy Palermo dice que fue de las pocas estudiantes en su secundaria suburbana de Georgia que usó cubrebocas constantemente al ir a clases este otoño. Pero de todas formas tuvo que ponerse en cuarentena cuando el coronavirus se propagó con rapidez entre los alumnos y el personal luego de que el distrito escolar abrió las escuelas en agosto.

En dos ocasiones, Lizzy tuvo que quedarse en casa 14 días por haber estado expuesta a compañeros infectados. La escuela cerró sus puertas dos veces durante el otoño debido a brotes. Luego, justo después de que los estudiantes volvieron de las vacaciones de invierno, todas las escuelas del distrito cambiaron a aprendizaje a distancia porque fue imposible lidiar con la falta de personal y el hospital local estaba abrumado.

“Esto es lo que sucede cuando no haces algo para proteger a la gente en las escuelas”, dijo Lizzy, de 17 años.

Ella es alumna en la escuela secundaria River Ridge en el condado de Cherokee, una franja de suburbios principalmente blancos al norte de Atlanta, que está entre los más adinerados del estado. Pese a la oposición acalorada de parte de algunos padres y maestros, la estrategia del distrito para el semestre de otoño era un reflejo de las opiniones del entonces presidente Donald Trump, quien en noviembre obtuvo el 70 por ciento de los votos del condado, y del gobernador Brian Kemp, también republicano: abrir las escuelas y mantenerlas abiertas.

La comunidad apoyó ese enfoque en gran parte. Los maestros, quienes carecen de las protecciones que tienen sus colegas en otras partes de Estados Unidos, tuvieron poco poder para oponerse.

Algunas familias dijeron sentirse presionadas para volver a las aulas, pues el distrito les ofrecía una opción poco atractiva de aprendizaje a distancia en la que los alumnos inscritos en ese programa no podían tomar ciertos cursos o participar en deportes. En consecuencia, casi el 80 por ciento de los 41.000 estudiantes del distrito decidieron regresar a clases presenciales de tiempo completo en agosto de 2020.

Cuando las puertas abrieron, las aulas y los pasillos estaban atestados, multitudes asistían a los partidos de fútbol americano y el uso de cubrebocas era opcional para los alumnos. Al cabo de las primeras dos semanas del semestre casi 1200 estudiantes tuvieron que ponerse en cuarentena y tres secundarias cerraron temporalmente.

Para mediados de diciembre, más de mil estudiantes y miembros del personal habían dado positivo al virus y casi 11.000 habían tenido que ponerse en cuarentena, algunas personas más de una vez.

Ese mes, la familia de un maestro de matemáticas de secundaria que se encontraba hospitalizado comenzó una campaña en GoFundMe para ayudar a pagar sus gastos médicos. La mitad de las secundarias del distrito y una primaria suspendieron la enseñanza presencial y aplicaron exámenes en línea debido a un aumento de casos en cada plantel.

Pero el distrito se mantenía firme: muchos padres de familia incluso decían que las escuelas habían hecho lo correcto al continuar con la enseñanza en persona.

“No me preocupaba”, dijo Dana Vansword, cuya hija, Katie, de 17 años, acude a la escuela secundaria Sequoia. “No somos como Nueva York, no tenemos a todo el mundo en ambulancias”.

Vansword dijo que, en su opinión, el distrito se había tomado el virus muy en serio, incluso en ocasiones había sentido que las medidas pecaban de obsesivas, como en el torneo de sóftbol de Katie, cuando las jugadoras tuvieron que guardar distancia en las gradas en lugar de sentarse juntas en la banca.

“Solo son unas reglas tontas que se han inventado”, dijo.

Holly Baxley ha estado más nerviosa, pero dijo que la estrategia de clases presenciales era mejor para su hija, Arianna, una estudiante de 18 años en el último año en la escuela Sequoia.

“Se siguen congregando en los pasillos, así que esa es una preocupación”, dijo Baxley, cuya familia tuvo que confinarse en noviembre luego de que una de las compañeras de Arianna dio positivo. “Pero a pesar de todo esto, está en el mejor entorno de aprendizaje posible”.

Funcionarios del distrito dijeron que aún no tenían información sobre el rendimiento académico de los alumnos durante la pandemia. Sin embargo, algunos maestros comentaron que las cuarentenas y los cierres escolares les habían dificultado realizar sus labores.

Además, del 20 por ciento de las familias que optaron por la escuela virtual, algunas personas dijeron que el plan de estudios para los alumnos que trabajaban exclusivamente en línea —desarrollado por una compañía externa y no por maestros del distrito— ha sido deficiente y no han tenido nada de enseñanza con un profesor real.

“En realidad no estoy aprendiendo nada”, dijo Teagan Harris, de 17 años. “Nada se me queda en la cabeza. Solo ves información, presentas el examen y eso es todo”.

Beckett Blencoe, de 11 años, dijo que tenía muchos tropiezos en su curso virtual de sexto año de primaria y que también para sus padres era difícil ayudarlo. En una ocasión, se dieron cuenta de que el material de su clase de computación era igual al de un curso de Mercadotecnia de universidad.

“Este niño acaba de terminar la primaria y prácticamente se está enseñando a sí mismo”, dijo su madre, Ashley Blencoe. (En algunas escuelas, la primaria concluye en el quinto año). “Es muy difícil porque él es inteligente, pero no está recibiendo ninguna clase con un profesor”.

A lo largo del otoño, conforme las infecciones y cuarentenas siguieron en aumento, algunos padres de familia recurrieron a Facebook para instar a otros a que mantuvieran a sus hijos en casa si se enfermaban y a que no les hicieran pruebas para el coronavirus o informaran a las escuelas de casos positivos, por temor a que el distrito fuera a cambiar a clases a distancia si se descubrían muchos casos.

“No tiene sentido afectar a otros niños que necesitan clases presenciales para tener éxito en sus estudios o a los que necesitan hacer deportes”, escribió una madre.

Muchos maestros dijeron que estaban renuentes a decir algo al respecto por temor a perder sus empleos. Pero un grupo local llamado Educators for Common Sense and Safety (educadores en favor del sentido común y la seguridad) cabildeó a favor de los docentes durante el verano y otoño para exigir que los alumnos usaran cubrebocas y se implementaran otras medidas de protección, pero no lograron su cometido.

“La meta debería ser un año académico sólido con todas las herramientas puestas en práctica a fin de que los maestros y alumnos estén seguros en las escuelas”, dijo Miranda Wicker, de 38 años, quien antes trabajaba como maestra de inglés y funge como vocera del grupo, “y eso no lo estamos haciendo”.

En juntas del consejo escolar, algunos padres de familia expresaron dudas sobre la necesidad de usar mascarillas y dijeron que estas atentaban contra la libertad personal. Su sentir fue compartido por miembros de la junta, uno de los cuales desestimó la idea de un mandato para que los alumnos usaran cubrebocas diciendo que era “una cosa banal para hacernos sentir bien”.

Incluso, conforme los casos aumentaban en diciembre, la junta se rehusó a votar para obligar a los alumnos a usar cubrebocas.

Funcionarios del distrito le dijeron a la junta en noviembre que habían identificado más de 70 concentraciones de infecciones vinculadas a escuelas, pero dijeron que menos de cinco miembros del personal habían sido hospitalizados y no se habían registrado muertes vinculadas específicamente a una propagación dentro de las instalaciones escolares.

Las autoridades dijeron que, en varios casos, el virus se había propagado tras reuniones sociales de estudiantes fuera de la escuela, incluyendo fiestas organizadas por padres para la banda y los equipos deportivos.

El distrito no tenía planeado hacer ningún cambio para el semestre de primavera, afirmó Barbara Jacoby, vocera de las escuelas, en un correo electrónico enviado en diciembre. “Mientras operemos la escuela de manera presencial durante una pandemia, habrá casos positivos entre estudiantes y el personal debido a que el virus circula en nuestra comunidad”, escribió.

Todo eso cambió el 8 de enero, cuando el superintendente Brian V. Hightower asumió una postura drásticamente distinta en un correo electrónico a las familias: más de 400 maestros y otros miembros del personal no podían acudir a la escuela, dijo, porque estaban infectados o en cuarentena, y no había suficientes sustitutos para reemplazarlos.

“Los casos son más numerosos en nuestra comunidad, nuestro estado y nuestra nación que nunca”, dijo Hightower. “Los expertos en salud están verbalizando sus preocupaciones de que una nueva cepa de la COVID-19 que está circulando en nuestro país se propague con mayor rapidez entre todos, incluyendo niños en edad escolar. Nuestros hospitales están llenos”.

Como resultado, cerró todas las escuelas del distrito y cambió a aprendizaje a distancia por al menos una semana a fin de dar oportunidad a que los estudiantes, familiares y personal “recuperen su salud”. Luego, ese plazo se convirtió en dos semanas. Hightower dijo que el distrito seguía comprometido con la enseñanza presencial, pero no podía operar de manera segura con tan poco personal.

Tiffany Robbins, maestra de inglés en la escuela Dean Rusk y presidenta de la Cherokee Educators Association, se lamentó de que haya sido necesaria una crisis de personal para que las escuelas tomaran una decisión drástica. “No se trata de protección”, dijo.

Dijo que muchas personas en el distrito habían mostrado poco interés en detener el virus y el costo han sido las alteraciones constantes. “Nuestra comunidad no ha visto esto y ha dicho: ‘Ay, vaya, quizá podamos hacer algo para mitigar la propagación’”.

Dan Levin cubre a la juventud estadounidense para la sección National. Fue corresponsal extranjero que cubrió Canadá desde 2016 hasta 2018. De 2008 a 2015, Levin radicó en Pekín, donde informó sobre derechos humanos, política y cultura en China y Asia. @globaldan






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