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Japón florece en Ciudad de México


Era una tarde de verano en la frondosa colonia Roma Norte, en Ciudad de México, y un flujo constante de clientes llenaba la pequeña cafetería Raku, que significa “alegría” en japonés. Si bien el café era lo que atraía a la clientela, yo estaba allí para aprender cómo Mauricio Zubirats, el dueño del nuevo establecimiento, prepara una taza de té matcha.

Zubirats midió el polvo verde de Kioto, lo mezcló con agua caliente y, con un cepillo hecho de una sola pieza de bambú, lo batió exactamente treinta veces. El resultado fue un líquido de color musgo, terroso y amargo y, por un segundo, me transporté de esta cafetería escondida entre dos estacionamientos hasta Japón.

A pesar de estar a océanos de distancia, México y Japón han estado conectados desde hace mucho tiempo, más específicamente desde 1614, cuando el samurái Hasekura Tsunenaga llegó a Acapulco como el primer embajador japonés en la Nueva España. Cada primavera, en Ciudad de México surge un recordatorio moderno de esa relación cuando las jacarandas —la primera de las cuales se plantó en la década de 1920 por sugerencia de Tatsugoro Matsumoto, un inmigrante japonés y jardinero imperial de Tokio— brotan con sus flores que parecen nubes púrpuras.

Aunque los restaurantes de sushi cuentan con una larga historia en la cosmopolita capital de México, en los últimos años han surgido otras empresas de inspiración japonesa, desde marcas de moda y boutiques hasta un nuevo hotel, así como nuevos lugares para comer y beber que cuentan con influencia de la tierra del sol naciente (incluso el afamado chef Enrique Olvera introdujo en Pujol una tradición culinaria de Japón: en vez de sushi, su menú omakase de varios tiempos ofrece tacos, el platillo mexicano por excelencia).

Según Max St. Romain, quien dirige Gastronauta DF, una cuenta de Instagram que se especializa en comida, la dicotomía entre los dos destinos ha ayudado a impulsar esta adoración por todo lo japonés que va más allá de la gastronomía.

“Muchos mexicanos admiramos la cultura japonesa porque es el polo opuesto de lo que somos”, dijo. “Tiene esta elegancia, sutileza y minimalismo, y en México todo es ruidoso, grande y explosivo”.

Solo hay que visitar la zona conocida como Pequeño Tokio o Little Tokyo, en el norte de la capital, para verlo por ti mismo. Es una pequeña área que está más de moda que nunca, principalmente gracias al restaurador originario de Tijuana, Edo López, cuyo bisabuelo materno nació en Japón.

En 2013, López abrió el restaurante de sushi Rokai, y ahora su Grupo Edo Kobayashi dirige un imperio miniatura de locales ubicados en cuadras cercanas (incluidos establecimientos dedicados al ramen y el yakitori). En diciembre de 2018, se inauguró el restaurante Emilia, un lugar de alta cocina que sirve platillos con ingredientes locales pero influencia japonesa, y Tokyo Music Bar, un club nocturno para escuchar música y beber cócteles.

Los proyectos más recientes de López incluyen Tatsugoro (que acaba de abrir en el Hotel St. Regis), un local de sushi y bar de güisquis llamado así por el famoso jardinero imperial, así como un lugar de pollo frito llamado EFC (las siglas de Edo’s Fried Chicken) que sirve guarniciones que incorporan ingredientes japoneses como el wasabi y el yuzu kosho, de sabor cítrico y picante.

Incluso hay una posada de estilo japonés, o ryokan, en el Pequeño Tokio. Se llama, acertadamente, Ryo Kan, una propiedad tranquila de diez habitaciones que abrió sus puertas en abril de 2018 y fue construida con madera y piedra. Los huéspedes pueden relajarse en las bañeras de hidromasaje de la azotea que están inspiradas en los onsen (aguas termales japonesas) o dormir en un futón cubierto de esteras de tatami, en vez de camas estándar.

Justo al sur, no muy lejos de Raku, un rincón de la Roma Norte en forma de triángulo parece destinado a convertirse en Little Tokyo 2.0. Hay una sucursal de Tokyobike, una marca japonesa conocida por sus bicicletas urbanas simples y livianas. Además, una pareja de esposos (él japonés, ella mexicana) abrió Kameyama Shachuu, la única tienda minorista que vende los cuchillos Sakai Takayuki, que son forjados a mano en las afueras de Osaka.

A 1,6 kilómetros de distancia se encuentra una panadería con paredes de ladrillo llamada Tsubomi, en donde se venden adictivos bocadillos dulces y salados como el anpan, un rollo lleno de pasta de frijoles rojos. A pocas cuadras de allí, la Galería Hashi realizó su exposición inaugural en febrero de 2018. Creada por Omar Rosales, la galería promueve a artistas japoneses establecidos a través de espectáculos emergentes en la ciudad; su muestra más reciente fue el 27 de octubre. “Hashi significa puente y la idea es unir los mundos del arte de Japón y México”, dijo Rosales, quien cursó un doctorado en arte y filosofía japonesas en la Universidad de la Ciudad de Hiroshima.

Las salsas de Nakanoke & Sons —que combinan sabores picantes con agrios, dulces, salados y umami— se venden en tiendas de especialidades locales y también se crearon por esa zona. Las salsas se originaron en 2014 en el estudio del chef Eduardo Nakatani, quien imparte clases para cocinar ramen en un espacio culinario llamado Sobremesa. Nakatani creció comiendo platillos que fusionaban ambas culturas; su abuelo japonés y su abuela mexicana inventaron los famosos cacahuates japoneses (maní cubierto con una fina capa de masa que luego se fríe) en la década de 1940. Sus salsas hacen lo mismo al mezclar ingredientes asiáticos como camarones secos, salsa de soya y pasta de miso con diferentes chiles para crear un condimento complejo que es mucho más que solo picante.

El diseñador de moda Guillermo Vargas se sintió motivado por su ascendencia japonesa cuando fundó 1/8 de Takamura, llamada así porque su bisabuelo paterno era japonés. Su ropa, de líneas limpias, está hecha a mano con cortes geométricos que, según Vargas, reflejan la poderosa simplicidad de la estética japonesa. Sin embargo, también señala las similitudes entre las dos culturas.

“Ambos pueblos provenimos de civilizaciones antiguas y somos personas muy religiosas”, dijo. “Entonces, incluso con las diferencias, nos resulta fácil apreciar sus filosofías”.

Zubirats, el dueño de la cafetería Raku, dijo que se guía por muchos principios japoneses. Describió cómo las agrietadas paredes de concreto de la cafetería y los taburetes hechos de troncos de árboles son un ejemplo de wabi sabi —un movimiento estético que encuentra belleza en lo imperfecto— y cómo adopta el concepto de hospitalidad conocido como omotenashi, que es cuando “el anfitrión pone toda su atención en los más mínimos detalles para que el huésped pueda tener la mejor experiencia posible”.

Para Zubirats, servir café que fue tostado en su negocio simplemente es un medio para lograr un fin: se siente muy feliz batiendo los matcha y así les brinda a sus clientes un respiro temporal de la vibrante, ruidosa y bulliciosa ciudad que se encuentra afuera de su local.





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